La
mujer corría, de la mano de su amado, por el ruidoso pasillo. Él tiraba de ella
con prisa y cautela, prestando atención en cada esquina que doblaban. Tras
ellos se oía el acero de las espadas al chocar.
—¿Qué
ocurre, mi rey?—preguntó asustada.
—Están
asaltando el castillo. Debemos encontrar a mi hermano y al druida.
Llegaron
a la sala del trono donde los esperaba un hombre, con una melena y una barba
largas hasta la cintura y con una túnica parda.
—¿En
que puedo serviros mi señor?—preguntó el druida arrodillándose.
—Protege
a la reina, llévala a los bosques y escondeos hasta que esto termine.
La
reina protestó pero él sabía que era lo mejor para ella. Estaba preciosa con su
pelo recogido bajo la tiara plateada. La besó y se despidió prometiendo que
cuando todo acabara iría a buscarla.
El
druida se la llevó por uno de los húmedos y sucios pasadizos secretos del
castillo. Avanzaban, iluminados por una antorcha, cuando el druida se paró al
pisar un charco.
—¿Qué
ocurre?—preguntó ella.
El
hombre no contestó. Se quedó mirando el charco que acababa de pisar con mucha
atención.
—Tenemos
que volver—dijo él por fin dando media vuelta.
La
reina lo siguió, recogiéndose el elegante vestido rojo para ir más rápido.
Alcanzó al druida en la entrada al pasadizo, quieto, paralizado.
—Hemos
llegado tarde—dijo el hombre.
La
reina miró al interior de la sala y su corazón se detuvo por un momento. En
medio de la sala, sobre el suelo ensangrentado, yacía el cuerpo de su amado. La
reina gritó y lloró sobre su cuerpo.
—La
culpa es mía—dijo el druida.—El agua me mostró la traición del hermano del rey
demasiado tarde.
—¿Su
hermano?—preguntó incrédula la reina.
El
druida asintió.
La
mujer miró los azules ojos de su esposo antes de bajarle los párpados con
la mano. Luego desenvainó la espada que el rey llevaba.
—¿Qué
hacéis?
—Vengaré
al rey y para ello necesito que me ayudéis.
El
hombre la miró sorprendido.
—Yo
no soy un guerrero, solo aconsejo.
—Hacéis
mucho más que eso—dijo la reina.— No me importa morir, no me importa perder el
reino pero si voy a vengar a mi marido os necesito.
En
ese momento unos guardias entraron en la sala del trono, venían a confirmar que
el rey había muerto y que todo estaba perdido. La reina los miró. Tiró su tiara
y demás joyas al suelo, soltó su pelo y rompió su vestido para poder moverse
mejor. Levantó su espada y con unas palabras infundió valor y coraje a sus
hombres para luchar.
Antes
de salir de la sala la reina miró al druida.
—Cantaré
para vos, mi reina.
El
druida cantó durante horas a la vez que la reina luchaba. Su alma dormida era
el de una guerrera y el druida la había despertado. Una guerrera imparable que
no descansó hasta obtener su venganza.
Cuando
todo acabó, la reina se reunió con el druida que estaba acostado junto al
cuerpo inerte del rey. Parecía más viejo y estaba agotado.
—Os
he pedido demasiado—dijo la reina mientras le tomaba de la mano.—Gracias.
—Tranquila,
era lo que tenía que hacer.
—¿Y
que debo hacer yo ahora?
—Recuerda
la promesa del rey—dijo el druida sofocado. —Cuando todo acabe él volverá a por
ti, aunque sea en otra vida. Hasta entonces reina como has luchado hoy pues has
encontrado tu verdadera alma, un alma guerrera.
Y
el druida murió pero su reina nunca olvidaría sus últimas palabras.
Precioso, me ha encantado el coraje de la reina. Casi oías cantar al druida infundiéndole su alma de guerrera. Un abrazo.
ResponderEliminarSiempre es un placer leer uno de tus comentarios María. En principio la protagonista iba a ser solo la reina pero mi parte de fantasía salió a flote e inventé al druida y sus cánticos.
EliminarUn abrazo. ;)
Un relato que emana coraje y clama venganza, escrito de una manera muy bella, una mezcla de melancolía y alma guerrera. Estupendo, Agustín.
ResponderEliminarSaludos, compañero.
Edgar muchas gracias, me alegra leer tu comentario.
EliminarUn abrazo. ;)
Una bella historia de amor y venganza. Muy bueno, Agustín.
ResponderEliminarSaludos!
Y el druida que le aporta una chispa de fantasía jeje
EliminarMuchas gracias Federico, un saludo. ;)