El incesante y melódico sonido del cuarteto de cuerda, que
estaba tocando en el gran salón, acompañaba los pasos del joven por los extensos
y cuidados jardines. La dulce melodía menguaba a medida que se alejaba cada vez
más del enorme palacio del Duque de
Richmont. El joven esa noche no estaba de humor para bailes. Se detuvo al lado
del extenso estanque donde la melodía era casi imperceptible y solo lo
acompañaba un profundo y oscuro silencio en mitad de esa fría noche. Miró su reflejo
en el estanque y sonrió, con sus ojos azules tras la careta de nariz picuda, su
reflejo casi lo asusta de si mismo. Se quitó la careta y el rostro que mostró
su reflejo ya no sonreía. Demasiadas decepciones acumuladas, demasiados caminos
torcidos. Tantas posibilidades como errores narraban la historia de su vida.
Se estaba dejando llevar por sus pensamientos cuando una
risa, suave e inocente, lo trajo de vuelta a la realidad. Una realidad que
parecía más un sueño en ese instante. A su espalda, de entre los arbustos de
los jardines, salió corriendo detrás de un gato una elegante joven con un
antifaz que cubría su rostro. La joven se reía mientras jugaba con el gato
hasta que se dio cuenta de que el joven la observaba.
—Lo siento—dijo ella dejando escapar un suspiro que se
enfríó en el aire.—No esperaba encontrarme a nadie aquí fuera.
El joven tardó unos segundos en reaccionar.
—No, la culpa es mía. Yo no debería estar aquí, lo único que
estoy consiguiendo es asustar a las jóvenes que pasan por aquí persiguiendo
gatos.
La joven sonrió bajo su antifaz.
—¿Acaso pasan muchas mujeres persiguiendo gatos esta noche
Señor Smith?—preguntó ella divertida.
—Demasiadas, pero vos sois la más hermosa hasta ahora—el
joven sonrió orgulloso tras su comentario.—Una cosa ¿Cómo sabéis quien soy?
—Todo el ducado sabe quien sois Señor Smith y al no llevar
la careta me ha sido más fácil reconocerle.
El joven no se acordaba que se la había quitado poco antes.
—Por favor, llámame William señorita...
—... Lake—dijo tras unos segundos.— Pero puedes llamarme
Claire.
—¿Claire Lake? No me suena vuestro nombre.
—No soy una persona con tanta fama como vos.
—¿Y a que se debe mi fama si puedo preguntar?
La joven lo miró desafiante.
—Mujeriego, solitario, frío, algunos incluso te tachan de
espía de la corona.
—No son más que calumnias—se defendió el joven.
—Claro, sin embargo la mitad de las mujeres de ahí dentro no
dejan de suspirar por vos, cuando la otra mitad ya ha hecho algo más que
suspirar con usted en algún momento, por lo que dicen—rió la joven.— La mitad
de los hombres le temen y la otra mitad le envidian y a pesar de todo está
usted aquí solo y en esta fría noche invernal.
El joven la miró un momento, ella se estaba divirtiendo y él
no se sentía ofendido por lo que acababa de decir porque era al única persona
que se había atrevido a decírselo en toda su vida.
—Dime tu nombre—dijo el joven.
—Ya te lo he dicho—contestó ella a la defensiva.
—No, tu verdadero nombre.
—¿Cómo sabes que no me llamo así?
—Intuición de espía—contestó con una socarrona sonrisa.
La joven lo miró curiosa.
—Está bien, hagamos un trato, si me enseñas a ser un espía
yo te diré mi verdadero nombre.
—Esto no se aprende así como si nada. Lleva su tiempo—protestó
él.
—Tienes de límite esta noche, si de verdad quieres saber mi
nombre—respondió la joven que tras eso comenzó a perseguir otra vez al gato que
merodeaba a su alrededor.
El joven la alcanzó y comenzaron a hablar de cosas tribales,
él se sacó su chaqueta y se la puso a ella sobre los hombros, lo cual
agradeció. Hubo un momento en el que escucharon los pasos de algunos guardias y
ellos se escondieron entre los árboles y los arbustos conteniendo la risa para
que no los descubrieran. Paseaban por los límites de los jardines, para pasar
desapercibidos, hasta llegar a un claro donde se encontraba una enorme construcción
hecha completamente de cristal.
—¡Que ostentoso!—dijo el joven.
—Es una sala de baile, aunque nunca he estado
dentro—contestó la joven.— Creo que el duque la solía usar en verano pero
parece que lleva mucho tiempo cerrada. Es una pena debe ser bonito bailar ahí
dentro.
Mientras hablaba el joven se había ido a la puerta y tras
sacar unas ganzúas logró abrir la puerta en cuestión de segundos.
—¿Cómo has hecho eso?— preguntó ella mirando a su alrededor
por si alguien los veía.
—¿Hace falta que te conteste?—dijo enseñándole las ganzúas.
—No, supongo que
no, me parece que he tenido suficientes lecciones de un espía por hoy—
respondió riendo.
Ella entró dentro y él la siguió, estaba algo oscuro pero
aun así la sala impresionaba, tanto las paredes como el techo estaban hechos
completamente de cristal y el suelo estaba hecho de un material que reflejaba
el rostro del joven como el agua del estanque había hecho antes. Solo que el
rostro que veía ahora parecía distinto, parecía feliz.
—Señor Smith ¿Haría usted el honor de sacar a esta damisela
a bailar?—preguntó ella imitando un tono de voz mas grave, mientras se sacaba su chaqueta.
—¿A que damisela os referís exactamente?—contestó el hombre
muy animado.
—William...—le reprochó ella pero no tuvo tiempo de decir
nada más.
Él se acercó a ella ágil, veloz y con mucha suavidad la tomó
de la mano con su mano derecha y por la cintura con su mano izquierda.
—Claire—dijo muy serio.—¿Me harías el honor de bailar
conmigo?
La joven lo miró sorprendida, con sus verdes ojos a través
de su antifaz, y asintió sin decir una palabra. Toda la noche había estado a la
defensiva pero en ese momento ella bajó la guardia y se dejó llevar por él. No
había música pero no les hacía falta. Él llevaba el ritmo, suave, decidido,
correcto y ella simplemente lo disfrutaba. En su cabeza era como si una hermosa
melodía sonara en cada uno de sus giros. La luna comenzó a salir, de entre las nubes,
sobre la construcción de cristal y la sala resplandeció como si mil velas la
iluminaran. Bajo sus pies, el reflejo de la luna se veía desdibujado en el
reflectante suelo y ellos bailaban a su alrededor. Bailaron como si no supieran
hacer otra cosa, como si fuera tan necesario como respirar, sin pensar que si
paraban toda la magia iba a acabar. Él se acercó más a ella y estaba a punto de
besarla cuando ella se apartó y apoyó la cabeza contra su pecho.
—¿Qué ocurre Claire?
—No puedo hacerlo. Yo... estoy prometida—la joven se sacó el
antifaz.—Me has enseñado como es ser un espía, has cumplido, ahora me toca a
mí. Me llamo Elisabeth. Elisabeth Richmont.
—Lo sé, me di de cuenta mientras caminábamos por los
jardines, pero no me importa porque me he enamorado de ti. Estaba enamorado de
ti incluso antes de conocerte. Tú eres la mujer que camina entre mis sueños.
La mujer lo miró con un nudo en la garganta.
—No juegues conmigo como con las demás, por favor. Se como
eres, apareces y desapareces, nada te ata y yo no busco eso. No esperaba caer
así en tus brazos casi parece algo...
—Inevitable—la interrumpió.—Tienes razón, soy como dices,
pero porque nunca he encontrado a una mujer como tú.
—Si a penas me conoces—dijo ella apartándose de él.
—Eres dulce, amable, atrevida y se que prefieres mil veces
quedarte aquí, en esta sala bailando conmigo el resto de tu vida que volver a
tu realidad.
—Lo siento, pero no puedo creerte—dijo antes de salir
corriendo con lágrimas en los ojos.
El joven salió tras ella.
—¡Elisabeth!
—No grites, si los guardias nos encuentran...—dijo mirando a
su espalda.
—No me importa, que me encuentren, que me maten si es
necesario pero escúchame.
—No sigas por favor...—susurró ella.
—Escúchame, mañana a media noche, te estaré aquí esperando,
si vienes huiremos juntos y te prometo que nuestro amor será lo primero en mi
vida, seremos tu y yo, nada más.
La joven asintió dudosa antes de volver a salir corriendo.
Él la vio alejarse sin saber que ese sería el último recuerdo que tendría de
ella.
A la noche siguiente ella no apareció, él la esperó toda la
noche. Las luces del palacio se apagaron por completo y permaneció allí
esperando hasta el amanecer pero fue en vano. William por fin había conocido el
amor y sin embargo lo único que desearía a partir de ahora era olvidar lo que
se sentía. Era demasiado doloroso. Se hizo una promesa a sí mismo, se prometió
no volver a enamorarse de otra mujer que no fuera Elisabeth.
Esa mañana recogió sus cosas y partió del ducado de Richmont
para siempre. Iría algún otro lugar a intentar olvidar su dolor, a Venecia por
ejemplo, conocería otras mujeres, trabajaría de lo suyo y tal vez, solo tal
vez, el dolor algún día desaparecería.
Precioso. Conmovedor. Me encanta cuando de un solo elemento veo que todos los que participáis, desarrolláis historias completamente diferentes. Ha sido bastante encantador, pero a la vez triste, que William encontrara el amor en una mujer que no ha caído completamente en sus encantos y que tiene la cabeza bien puesta en su sitio.
ResponderEliminarMuchas gracias por participar, como bien dijiste, ha valido la pena. Muchísimo ;)
Saludos.
De nada señorita Crespo!! :P
EliminarMuchísimas gracias a ti por tu comentario y por este reto que has propuesto como iniciativa.
Intentaré seguir participando siempre que pueda!! ;)
Un saludo!!
¿¿Por qué ella no aparece?? ¿¿POR QUÉ?? Jo, me has dejado con la miel en los labios, aquí sonriendo como una tonta y va y ella no acude a la cita... Qué penita.
ResponderEliminarEl relato está genial, es conmovedor, ágil y, como te he dicho, impredecible el final, sorprendente. Está narrado todo de forma muy poética, me ha encantado. Un beso, Agustín
En la canción interpreté que el final era amargo así que tuve que darles un final triste a los enamorados. La primera y casi única razón sería la desconfianza de ella, pero quien sabe, puede que el padre, el duque de Richmont, se enterara de que su hija se iba a escapar y no la dejara salir esa noche. jeje
EliminarGracias por tu comentario Chari!! Me alegra mucho que te guste!!
Un beso :)