Desde que nos levantamos hasta que volvemos a acostarnos
pueden pasar muchas cosas. Cada día es distinto al anterior, y no solo eso si no que nosotros también, aunque muchas
veces no veamos la diferencia. Y es irónico porque somos nosotros mismos los
que marcamos la diferencia con nuestros actos y no nos damos cuenta en muchas ocasiones. Desde algo
tan simple como escuchar una nueva canción, acabar un libro o ver una película
hasta algo tan complejo como dejar tu trabajo, mudarte de ciudad o romper con
tu pareja.
Por un lado tenemos nuestros actos rutinarios, aquellos que,
por costumbre, hacemos día a día. Son nuestros hábitos y nos definen aunque no
suelen ser los que mejor lo hacen. En cambio, por otra parte tenemos nuestros actos improvisados, aquellos que no nos esperábamos que ocurrieran, pero que sacan lo peor y lo mejor de nosotros.
A lo largo del día encontramos
distintos momentos que muchas veces nos ponen a prueba, nos hacen actuar de
formas nuevas y nos cambian. El cambio, a veces, es imperceptible y otras veces puede llegar incluso a sorprendernos de nosotros mismos, por lo que son
esos momentos los que sirven para conocernos mejor y saber de lo que somos
capaces.
Así que, hoy me propongo realizar un acto improvisado, me propongo ponerme a prueba y sorprenderme a mi
mismo. Empezar algo nuevo, crear algo nuevo, y poco a poco transformarlo, expresarlo
y compartirlo. Porque son esos actos los que nos pueden hacer mejorar y porque,
al final, son los que nos motivan a levantarnos cada mañana y en los que
pensamos justo antes de dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario